En los primeros años del siglo XX continúan las tendencias narrativas de finales del siglo XIX. Muchos escritores realistas prolongan su labor literaria. Galdós o Pardo Bazán publican títulos importantes en pleno siglo XX. Autores como Vicente Blasco-Ibáñez escriben novelas naturalistas. Sin embargo, es en esta época cuando se da una reacción contra el Realismo y el Naturalismo, las tendencias de la segunda mitad del siglo XIX. En los jóvenes novelistas se observa una firme voluntad de innovación.
En 1902 aparecerán cuatro títulos con una concepción novelística nueva: La voluntad de Azorín; Camino de perfección de Pío Baroja; Sonata de otoño de Valle Inclán; y Amor y pedagogía de Unamuno. En ellos hay un interés por superar el Realismo del siglo XIX. He aquí las principales diferencias entre ambos movimientos:
• En la novela realista la realidad es el tema esencial, interesa más la realidad externa que la personalidad del autor, mientras que en el 98 el tema principal es la visión que de la realidad tiene el autor.
• El narrador es omnisciente, pero trata de ser objetivo e imparcial. Sin embargo, en el 98 el autor está omnipresente: a través del narrador manifiesta sus ideas y opiniones acerca del tema tratado.
• En la novela realista, la técnica de descripción es objetiva, detallista; y en el 98, es subjetiva.
• El protagonista es la sociedad, la colectividad, no el individuo; en el 98, el relato se centra en un personaje que focaliza toda la acción.
• Estilo excesivamente detallista y minucioso; frente a estilo sobrio, sin apenas recursos retóricos.
• Finalmente en la novela realista el léxico tiende a ser denotativo, desapasionado y los relatos amplios y densos; sin embargo, en el 98, el léxico es valorativo con presencia de localismos y arcaísmos y se da preferencia por los relatos cortos.
Los temas y técnicas narrativas de los autores del 98 surgieron como consecuencia del ambiente de crisis de finales del siglo XIX, agudizado en España por la pérdida de las últimas colonias y por el agotamiento de los temas y formas de la literatura anterior. Entre los autores del 98 se incluyen Unamuno, Azorín, Baroja, A. Machado (poeta) y parte de la obra de Valle Inclán. Manifiestan la protesta contra las costumbres decadentes de la sociedad española, proponen una reforma total de las conductas sociales y morales españolas y defienden el subjetivismo y la visión personal de las cosas; hay que señalar:
Temas predominantes:
a) El tema de España, enfocado desde una visión subjetiva e individualista. El planteamiento reformista y patriótico de Unamuno es distinto de la visión escéptica y pesimista de Baroja. Y ambos tienen poco que ver con la percepción impresionista y lírica de la realidad que refleja Azorín en sus descripciones. Pero, en cualquier caso, en todos ellos hay un objetivo: el descubrimiento del alma de España por medio de:
- El paisaje en especial, el de Castilla, en el que descubren el espíritu austero y sobrio del hombre castellano.
- La historia, pero no la de los grandes acontecimientos políticos o bélicos, sino la del hombre anónimo y la de vida cotidiana, a la que Unamuno llamó intrahistoria.
- La literatura, volviendo a los autores medievales como Berceo, Rojas o Manrique, y a los clásicos olvidados como Góngora o Gracián. Especial interés muestran por Cervantes y El Quijote, obra en la que ven reflejados fielmente las conductas de los españoles, y por Larra.
b) El tema existencial, que abarca desde la preocupación por el sentido de la vida hasta los problemas de carácter religioso, pasando por los conflictos psicológicos del ser humano. Las distintas actitudes ante estos temas difieren de unos autores a otros: angustia, obsesión por el deseo de inmortalidad en Unamuno; preocupación por la caducidad de lo terrenal en Azorín; o incredulidad religiosa en Baroja.
Técnica estilística y literaria
También se vio afectado por el talento reformador. El aspecto más característico es el rechazo a la expresión retórica y grandilocuente. Todos reclaman el retorno a la sencillez y claridad, pero sin perder la fuerza expresiva, la rapidez.
Tienden a la precisión léxica, a la elección de la palabra justa. Muchas veces buscan vocablos que resultan extraños por su sabor local o arcaico (palabras terruñeras). El léxico se impregna de valoraciones subjetivas que desvelan sus sentimientos íntimos. Abundan términos con connotaciones negativas, pesimistas o decadentes.
En cuanto a las construcciones sintácticas, evitan las oraciones excesivamente complejas. Proliferan las oraciones simples, o, en todo caso, la yuxtaposición.
Autores:
- Ramón María del Valle Inclán: su obra, inicialmente modernista, evoluciona hacia una creación personal e innovadora: el esperpento, del que se tratará en el teatro.
Su primera gran obra en prosa es las Sonatas (de otoño 1902; de estío 1903; de primavera, 1904; de invierno 1905). Presentan las memorias del Marqués de Bradomín, “un donjuán feo, católico y sentimental”. Se caracteriza por una prosa modernista tendente al esteticismo y sensualidad, y los temas principales son el amor y la muerte.
En 1926 escribe Tirano Banderas en la que intenta reflejar los aspectos lingüísticos y las costumbres de América. El tema central es el dictador que tiraniza y somete a los hombres a su máxima denigración. Su última obra es El ruedo ibérico (1927), trilogía incompleta de tema histórico.
- Miguel de Unamuno: Su producción está impregnada de contenido filosófico. Sus novelas son una proyección de sus inquietudes personales, en las que se suprimen las referencias a la realidad exterior de los personajes.
Toda su obra posee un sentido unitario y didáctico, basado en su preocupación por España y por la existencia, la muerte, la relación Dios-hombres, la eternidad y la nada, la razón y la fe, etc. Estos temas aparecen en sus primeras novelas, como Paz en la guerra (1897), Amor y pedagogía (1902), pero es Niebla (1914) la que mejor refleja las características formales, estilísticas y temáticas de sus nivolas, como él las llamaba. El tema de la relación entre el Creador y sus criaturas, junto con la angustia de la propia existencia, cobran particular interés en el protagonista de la obra, Augusto Pérez, quien se rebela contra su creador, el mismo Unamuno. La confusión entre sueño y realidad, entre razón y fe, son los temas derivados de ese otro principal: la angustia de la existencia humana.
Su lucha es llevada a sus últimas consecuencias en San Manuel Bueno, mártir (1933), en la que el protagonista, un sacerdote admirado y querido por todos sus feligreses, guarda en secreto su drama: la falta de fe.
- Pío Baroja: Su tono agrio y pesimista es una constante. El tema principal de su obra es la protesta contra la sociedad a la que critica por sus conductas hipócritas, sus injusticias y su anquilosamiento frente a la hipocresía, manifiesta una total sinceridad en sus ideas; frente al aburguesamiento, como única salida, la acción. Consecuencias serán:
Escepticismo absoluto por los aspectos religiosos y éticos del ser humano, reflejado en sus personajes: tristes, descontentos, desesperanzados.
Presencia importante de la acción. Muchas de sus novelas son un cúmulo de episodios en los que la aventura es el argumento central. En unas obras predomina el autor de opinión (Camino de perfección, 1902; La busca, 1904; o El árbol de la ciencia, 1911); y en otras, el de acción (Zalacaín el aventurero (1909), Las inquietudes de Shanti Andía (1911).
Se ha acusado a Baroja de descuidado, sin calidad en la técnica narrativa. Sin embargo, su concepción novelística está basada en la espontaneidad y el antirretoricismo. Sus novelas nacen del rechazo de una estructura previamente definida. En su estilo predominan los párrafos cortos. Su léxico es sencillo, con predominio de coloquialismos. Sintaxis también sencilla, sobre todo en los diálogos, con gran acierto en el lenguaje conversacional. Descripciones fugaces y expresivas, especialmente de los personajes.
- José Martínez Ruiz “Azorín”: es el escritor del detalle. Desarrolla una técnica descriptiva sutil en la que prima la sencillez, la brevedad de las frases, la sensación de orden y pulcritud. La preocupación por el tiempo que pasa se percibe en una prosa triste, melancólica y fluida que delata ese afán por apresar lo sustancial de las cosas.
Sus títulos más conocidos son La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903), Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), Don Juan (1922), Doña Inés (1925). Sus obras, a pesar de tener una intención novelística se acercan más al ensayo: sus descripciones de ambientes, y personajes sin un argumento central sólido. Pretende que sus novelas sean un reflejo delicado y lírico de lo esencial de la realidad.
Tema elaborado por Carlos Alcaide
jueves, 23 de diciembre de 2010
TEMA 5. Generación del 98
A finales del siglo XIX se produce en España un desgaste general que va minando todos sus cimientos. El lamentable estado en que se encontraban las instituciones políticas, el caos social y la pobreza cultural habían originado un profundo descontento principalmente entre los intelectuales. Ante esta situación agravada por el desastre militar de 1898, por el que perdíamos nuestras últimas colonias de ultramar, despierta una conciencia de la necesidad de regeneración. Había un objetivo único y fundamental: cambiar la vida española buscando las causas principales de la dolorosa realidad.
En este estado de cosas iba a arraigar en un nutrido grupo de escritores (Azorín, Unamuno, Maeztu, A. Machado, etc.) originando un movimiento ideológico y estético que hoy conocemos como Generación del 98.
Es Azorín quien populariza el nombre “Generación del 98” en unos artículos recogidos en “Clásicos y Modernos”, en 1913, en los que enumera a los escritores que se engloban bajo esta denominación y los aspectos que constituyen puntos comunes entre sus miembros.
Baroja, en cambio, niega la existencia de le generación.
Según Petersen para que exista una generación literaria es necesario:
• homogeneidad de educación;
• relaciones personales entre sus miembros (convivencia, cartas, participación en tertulias, actos comunes, etc.);
• acontecimiento o experiencia generacional;
• existencia de un jefe (puede ser alguien ajeno a la generación, pero que sirva de guía, de maestro);
• anquilosamiento o falta de vigencia de la generación anterior.
Salinas afirma que estas condiciones se cumplen en los miembros del 98, entre los que se incluye a Benavente, Valle Inclán, Azorín, Baroja, A. Machado, Maeztu y Unamuno.
Sin entrar por el momento en la realidad de esta afirmación, sí que es cierto que entre estos escritores de estilo y trayectoria diferente, se dan una serie de puntos en común.
Hechas las precisiones anteriores pasemos a continuación al desarrollo del tema.
Antes de analizar los rasgos característicos de la Generación del 98, conviene distinguirla del grupo de los llamados “regeneracionistas”, como Costa, Picavea, etc. El desastre del 98 agudiza en unos y otros la repulsa hacia el estado de cosas que lo ha hecho posible y el anhelo de cambio rotundo en la vida española. Pero así como estos últimos se limitan a apuntar remedios de tipo social, jurídico y económico, aquella representa un amplio movimiento ideológico y estético que habrá de alcanzar hondas resonancias en la cultura nacional.
La actitud espiritual de los escritores del 98 contrasta vivamente con la de la época de la Restauración y ofrece notables coincidencias con la que adopta Europa hacia esos años; idealismo frente al materialismo positivista; exaltación frente a su concepto burgués del arte y de las cosas. Pasada la época de la obsesión por la ciencia y por las realidades concretas, se creó una inquietud por el misterio y se soñó con altos ideales de tipo religioso, moral , patriótico …
Todos contemplan la vida con gravedad y ven en la frivolidad el peor defecto de los años de la Restauración. Les “duele” la triste realidad española y, como nuevos románticos, reaccionan con amargo pesimismo ante el lamentable espectáculo que la patria les ofrece. Sin embargo, no se dejan dominar por la melancolía: miran confiadamente el futuro y se esfuerzan en crear con sus libros un nuevo espíritu y una España mejor.
Idealismo, gravedad y, al mismo tiempo, un agudo espíritu individualista que les hace adoptar una postura lírica y subjetiva ante las cosas. Prescinden del ambiente y de las ideas tradicionales y forjan un estilo, un ideal de vida y una imagen de España puramente personal. De ahí el choque con la sociedad de la época y la crítica acerba de la realidad circundante.
Las dos preocupaciones máximas de la Generación del 98 serán el alma de España y el sentido de la vida. Todos muestran un entrañable amor a España, pero, por lo menos al principio, nadie acepta su tradición, lo que les lleva a buscar una imagen de España distinta de la consagrada por los tópicos. Tres son los caminos que escogen para llegar a la verdadera esencia de España: el paisaje, la historia y la literatura. Antes de pasar adelante, conviene añadir que si bien todos sienten una íntima vinculación a su terruño respectivo (el País Vasco, Alicante, Andalucía …); ven también en Castilla el núcleo de la nación española, su más alta expresión. Así se observa en su emocionada adhesión al paisaje castellano, proyección del espíritu del autor sobre la realidad (visión subjetiva) porque de lo que se trata es de captar el alma del paisaje castellano y a través de él el alma de Castilla (visión idealista).
Reflejo del alma española es, además,la historia, pero no la de las grandes gestas, sino la historia íntima, la “intrahistoria”, como dice Unamuno en la que se manifiesta la verdadera esencia del pueblo español. A la auténtica España habrá que buscarla en la Edad Media, época en la que aún sus genuinas tendencias no se habían desviado, como ocurre a partir del XVII, según estos.
La literatura tampoco es aceptada en su totalidad; y la atención se dirige preferentemente hacia los primitivos medievales (Berceo, Hita, Manrique), hacia clásicos olvidados (Góngora, Gracián) o hacia los que, como Larra sintieron hondamente a España. Con el tiempo se acaba valorando toda la tradición literaria, si bien desde un punto de vista distinto al habitual: se atenderá sobre todo al detalle significativo que permite descubrir el contenido humano, español, eterno de la obra, prescindiendo de tópicos. Y lo mismo en el arte; la admiración por el Greco es un buen ejemplo.
El estudio del paisaje, de la literatura y de la historia española, proporcionará, pues, un nuevo concepto del alma y de la vida de España. Pero esto no es sino un punto de partida, pues lo que en el fondo les interesa es llegar a una fórmula que les dé el sentido de la vida en sus términos más amplios y universales. La nueva generación vuelve a plantearse la existencia como un problema.
Desde un punto de vista religioso, ético o estético, todos sienten la necesidad de resolver cuestiones que rebasan el área de la realidad cotidiana y tangible. “Habrá que intervenir”, dice Azorín, refiriéndose a la actitud de su generación frente a un estado de cosas que consideraba inadmisible. En principio era un grito de rebeldía y protesta contra lo que representaba la tradición española, pero pronto vino un cambio de ritmo. El conocimiento de España les llevó a valorar lo que en un principio desdeñaron. España tendrá que vigorizar su economía y conocer la cultura europea, pero sólo se salvará a base de poner en tensión sus valores. A lo que en último término aspiran, en realidad, es a la solución del problema español, es a “imponer un sentido de la vida” (Azorín) y de su valor.
En cuanto al estilo y la técnica se clama contra el párrafo declamatorio de los regeneracionistas, se proclama la necesidad de la vuelta a la sencillez, a la sinceridad, a la frase viva y expresiva.
Consecuencia del fuerte subjetivismo de estos escritores es el hecho de que cada uno de ellos presente un estilo personal claramente diferenciado del de los demás.
Pero hay que decir que todo esto forma parte de un fenómeno más amplio: de la actitud estética que adoptan ante la vida y los problemas que plantea.
No estará de más repetir que en cuanto a la técnica literaria, lo general fue la tendencia a alejarse de los procedimientos típicos del Realismo del siglo XIX (observación minuciosa de la realidad externa, reflejo objetivo e impersonal de lo observado …) para cargar el acento en la expresión de las resonancias intelectuales o emotivas que las cosas provocan en la intimidad del autor.
Concluir con que también procuran conocer la cultura europea. Por eso ahora son tan notables las influencias extranjeras. Por lo menos, en principio, pesó bastante la literatura que impregnaba a fin de siglo el ambiente europeo: Ibsen, Schopenhauer, Nietzsche, los rusos, etc.
Podrían darse además: Kierkegaard (para Unamuno), Montaigne, Flaubert (para Azorín), Dickens, Nietzsche (para Baroja) …
Al mismo tiempo que los extranjeros influyeron los españoles. Ya aludimos a los primitivos medievales. Añadir el fervor con que se interpreta el Quijote (Unamuno, Azorín, Maeztu).
Tema realizado por Carlos Alcaide
En este estado de cosas iba a arraigar en un nutrido grupo de escritores (Azorín, Unamuno, Maeztu, A. Machado, etc.) originando un movimiento ideológico y estético que hoy conocemos como Generación del 98.
Es Azorín quien populariza el nombre “Generación del 98” en unos artículos recogidos en “Clásicos y Modernos”, en 1913, en los que enumera a los escritores que se engloban bajo esta denominación y los aspectos que constituyen puntos comunes entre sus miembros.
Baroja, en cambio, niega la existencia de le generación.
Según Petersen para que exista una generación literaria es necesario:
• homogeneidad de educación;
• relaciones personales entre sus miembros (convivencia, cartas, participación en tertulias, actos comunes, etc.);
• acontecimiento o experiencia generacional;
• existencia de un jefe (puede ser alguien ajeno a la generación, pero que sirva de guía, de maestro);
• anquilosamiento o falta de vigencia de la generación anterior.
Salinas afirma que estas condiciones se cumplen en los miembros del 98, entre los que se incluye a Benavente, Valle Inclán, Azorín, Baroja, A. Machado, Maeztu y Unamuno.
Sin entrar por el momento en la realidad de esta afirmación, sí que es cierto que entre estos escritores de estilo y trayectoria diferente, se dan una serie de puntos en común.
Hechas las precisiones anteriores pasemos a continuación al desarrollo del tema.
Antes de analizar los rasgos característicos de la Generación del 98, conviene distinguirla del grupo de los llamados “regeneracionistas”, como Costa, Picavea, etc. El desastre del 98 agudiza en unos y otros la repulsa hacia el estado de cosas que lo ha hecho posible y el anhelo de cambio rotundo en la vida española. Pero así como estos últimos se limitan a apuntar remedios de tipo social, jurídico y económico, aquella representa un amplio movimiento ideológico y estético que habrá de alcanzar hondas resonancias en la cultura nacional.
La actitud espiritual de los escritores del 98 contrasta vivamente con la de la época de la Restauración y ofrece notables coincidencias con la que adopta Europa hacia esos años; idealismo frente al materialismo positivista; exaltación frente a su concepto burgués del arte y de las cosas. Pasada la época de la obsesión por la ciencia y por las realidades concretas, se creó una inquietud por el misterio y se soñó con altos ideales de tipo religioso, moral , patriótico …
Todos contemplan la vida con gravedad y ven en la frivolidad el peor defecto de los años de la Restauración. Les “duele” la triste realidad española y, como nuevos románticos, reaccionan con amargo pesimismo ante el lamentable espectáculo que la patria les ofrece. Sin embargo, no se dejan dominar por la melancolía: miran confiadamente el futuro y se esfuerzan en crear con sus libros un nuevo espíritu y una España mejor.
Idealismo, gravedad y, al mismo tiempo, un agudo espíritu individualista que les hace adoptar una postura lírica y subjetiva ante las cosas. Prescinden del ambiente y de las ideas tradicionales y forjan un estilo, un ideal de vida y una imagen de España puramente personal. De ahí el choque con la sociedad de la época y la crítica acerba de la realidad circundante.
Las dos preocupaciones máximas de la Generación del 98 serán el alma de España y el sentido de la vida. Todos muestran un entrañable amor a España, pero, por lo menos al principio, nadie acepta su tradición, lo que les lleva a buscar una imagen de España distinta de la consagrada por los tópicos. Tres son los caminos que escogen para llegar a la verdadera esencia de España: el paisaje, la historia y la literatura. Antes de pasar adelante, conviene añadir que si bien todos sienten una íntima vinculación a su terruño respectivo (el País Vasco, Alicante, Andalucía …); ven también en Castilla el núcleo de la nación española, su más alta expresión. Así se observa en su emocionada adhesión al paisaje castellano, proyección del espíritu del autor sobre la realidad (visión subjetiva) porque de lo que se trata es de captar el alma del paisaje castellano y a través de él el alma de Castilla (visión idealista).
Reflejo del alma española es, además,la historia, pero no la de las grandes gestas, sino la historia íntima, la “intrahistoria”, como dice Unamuno en la que se manifiesta la verdadera esencia del pueblo español. A la auténtica España habrá que buscarla en la Edad Media, época en la que aún sus genuinas tendencias no se habían desviado, como ocurre a partir del XVII, según estos.
La literatura tampoco es aceptada en su totalidad; y la atención se dirige preferentemente hacia los primitivos medievales (Berceo, Hita, Manrique), hacia clásicos olvidados (Góngora, Gracián) o hacia los que, como Larra sintieron hondamente a España. Con el tiempo se acaba valorando toda la tradición literaria, si bien desde un punto de vista distinto al habitual: se atenderá sobre todo al detalle significativo que permite descubrir el contenido humano, español, eterno de la obra, prescindiendo de tópicos. Y lo mismo en el arte; la admiración por el Greco es un buen ejemplo.
El estudio del paisaje, de la literatura y de la historia española, proporcionará, pues, un nuevo concepto del alma y de la vida de España. Pero esto no es sino un punto de partida, pues lo que en el fondo les interesa es llegar a una fórmula que les dé el sentido de la vida en sus términos más amplios y universales. La nueva generación vuelve a plantearse la existencia como un problema.
Desde un punto de vista religioso, ético o estético, todos sienten la necesidad de resolver cuestiones que rebasan el área de la realidad cotidiana y tangible. “Habrá que intervenir”, dice Azorín, refiriéndose a la actitud de su generación frente a un estado de cosas que consideraba inadmisible. En principio era un grito de rebeldía y protesta contra lo que representaba la tradición española, pero pronto vino un cambio de ritmo. El conocimiento de España les llevó a valorar lo que en un principio desdeñaron. España tendrá que vigorizar su economía y conocer la cultura europea, pero sólo se salvará a base de poner en tensión sus valores. A lo que en último término aspiran, en realidad, es a la solución del problema español, es a “imponer un sentido de la vida” (Azorín) y de su valor.
En cuanto al estilo y la técnica se clama contra el párrafo declamatorio de los regeneracionistas, se proclama la necesidad de la vuelta a la sencillez, a la sinceridad, a la frase viva y expresiva.
Consecuencia del fuerte subjetivismo de estos escritores es el hecho de que cada uno de ellos presente un estilo personal claramente diferenciado del de los demás.
Pero hay que decir que todo esto forma parte de un fenómeno más amplio: de la actitud estética que adoptan ante la vida y los problemas que plantea.
No estará de más repetir que en cuanto a la técnica literaria, lo general fue la tendencia a alejarse de los procedimientos típicos del Realismo del siglo XIX (observación minuciosa de la realidad externa, reflejo objetivo e impersonal de lo observado …) para cargar el acento en la expresión de las resonancias intelectuales o emotivas que las cosas provocan en la intimidad del autor.
Concluir con que también procuran conocer la cultura europea. Por eso ahora son tan notables las influencias extranjeras. Por lo menos, en principio, pesó bastante la literatura que impregnaba a fin de siglo el ambiente europeo: Ibsen, Schopenhauer, Nietzsche, los rusos, etc.
Podrían darse además: Kierkegaard (para Unamuno), Montaigne, Flaubert (para Azorín), Dickens, Nietzsche (para Baroja) …
Al mismo tiempo que los extranjeros influyeron los españoles. Ya aludimos a los primitivos medievales. Añadir el fervor con que se interpreta el Quijote (Unamuno, Azorín, Maeztu).
Tema realizado por Carlos Alcaide
martes, 21 de diciembre de 2010
TEMA 4. Modernismo y 98
Entendemos que en este tema tenemos que desarrollar el Modernismo como movimiento o corriente de fin de siglo y la relación del 98 en torno a él, ya que del 98 como tal hay que hablar en el próximo tema y de la novela del 98 en el siguiente.
El Modernismo surge en el último cuarto del siglo XIX (entre 1875 y 1882), primero en Hispanoamérica y después en España. Es un movimiento de renovación que se manifiesta en todos los aspectos de la vida (política, ciencia, etc.), pero principalmente en las artes (pintura, literatura, etc.).
Aunque según Juan Ramón Jiménez comienza en Alemania, es en Hispanoamérica donde cuenta con mayor número de seguidores, adquiere mayor importancia y desarrollo, iniciando este movimiento José Martí, Julián del Casal (cubanos), Manuel Gutiérrez Nájera (mejicano) y José Asunción Silva (colombiano); pero es el nicaragüense Rubén Darío el que lo consolida definitivamente en Azul, 1888.
Los últimos decenios del periodo decimonónico se venían caracterizando por un conformismo burgués en lo social y por el positivismo filosófico que entonces imperaba. Por otra parte, el Realismo y el Naturalismo, que ya habían dado sus mejores frutos, empezaban a caer en un cierto prosaísmo con el consiguiente anquilosamiento de los valores estrictamente formales y artísticos. Contra ellos, ya habían reaccionado en Francia el Parnasianismo y el Simbolismo. De igual manera, los escritores españoles e hispanoamericanos se rebelan contra el espíritu pragmático y utilitario de la época, sobreponiendo los valores artísticos a los sociales e ideológicos. Va creándose así un ambiente innovador que pretende revisar más que romper, todos los valores aceptados.
Por tanto, como dice Federico Onís, “el Modernismo es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu, que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX, que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por tanto, de un hondo cambio histórico…”
De ahí que el Modernismo sea ante todo, más que un fenómeno propiamente literario, una manifestación del espíritu que implica una determinada actitud vital. Y es en este punto en el que debemos comenzar a hablar del 98, indicando que las fronteras entre ambos movimientos eran tan borrosas que se ha hecho difícil separar lo “modernista” de lo “noventayochista”. La crítica se ha dividido en dos bandos: los que contraponen rotundamente ambos movimientos y los que apenas entrevén diferencias entre ellos. Entre los primeros citar a Pedro Salinas o Guillermo Díaz Plaja, entre los segundos a Rafael Ferreras, Ricardo Gullón, Juan Ramón Jiménez y Federico Onís.
Pedro Salinas, por ejemplo, en “El problema del Modernismo en España o un conflicto entre dos espíritus” establece una serie de diferencias:
1- Los precursores del Modernismo son poetas; los del 98, ideólogos.
2- Los primeros buscan la belleza como último fin, los segundos, la verdad.
3- Aquellos con cosmopolitas, estos son concentrativos, miran exclusivamente a España.
4- El Modernismo es sintético, ya que toma todos los movimientos literarios del XIX; el 98 es analítico, disecciona la realidad española;
5- La literatura modernista es una literatura de los sentidos; la del 98 es una literatura de ideas.
Ferreras en “Los límites del Modernismo y de Generación del 98” opina de muy distinta manera. Encuentra entre ambos movimientos una gran afinidad. Señala la falsedad de la disyuntiva Castilla-París atribuido a los noventayochistas y modernistas respectivamente; por otra parte hace hincapié en la influencia que ejercen los escritores franceses, especialmente los simbolistas, en los del 98; por último, declara cómo estos confiesan la influencia y liderazgo de Rubén Darío.
Por último, José Carlos Mainer en “Modernismo y 98” aboga por un tratamiento unitario para estos movimientos, puesto que ambos se producen bajo la crisis de fin de siglo, que afectó por otra parte a toda Europa y pone en duda los argumentos que Salinas exponía para hablar de una generación del 98.
Todos estos escritores entran pronto en contacto con los hispanoamericanos, principalmente con Rubén Darío. Se produce así una influencia del movimiento “modernista” hispanoamericano que se manifiesta fundamentalmente en el lenguaje, que aun calando de distinta manera, alcanza a todos. En algunos como Antonio Machado o Valle Inclán, con mayor intensidad.
Verdaderamente es difícil trazar una divisoria entre ambos movimientos. Hay muchos puntos en común; se da el caso extremo de un escritor que entra en ambos (Valle Inclán). Sea como fuere creemos que los escritores de la llamada Generación del 98, aunque integrándolos dentro del Modernismo, tienen en gran parte de su producción unas características muy concretas que los diferencian más que los separan de Rubén Darío y de otros seguidores que coinciden plenamente con las directrices modernistas.
La característica fundamental que define el Modernismo es la preocupación por los valores formales. El artista modernista se esmera al buscar nuevos caminos de expresión que conduzcan al logro de la belleza. Por esta razón, se da una especial importancia al valor de la palabra, tanto en su significante como en el significado. Se ahonda en la capacidad sugeridora de la palabra, en sus valores melódicos y rítmicos, en su exotismo. El léxico modernista se puebla de arcaísmos, cultismos, neologismos, extranjerismos. Pero aún hay más, el escritor en su afán de expresar su nueva sensibilidad, asocia frecuentemente palabras que se refieren a sensaciones distintas, creando así todo un mundo de sinestesias. Se produce, por tanto, un gran refinamiento verbal.
De igual manera, los poetas modernistas procuran las mayores innovaciones métricas. Experimentan nuevos ritmos, metros con gran libertad acentual. Ensayan combinaciones de versos hasta entonces poco usuales, creando nuevas estrofas.
El refinamiento y la exquisitez también se dan en temas, motivos, ambientes y personajes. Dotados de una vasta cultura y erudición nos describen cuadros, esculturas o templos famosos. Cantan a los héroes clásicos o a las grandes figuras literarias del Renacimiento. Nos hablan de palacios de mármol donde habitan regios personajes rodeados del mejor lujo (oro, piedras preciosas, sedas, etc.); nos describen bellas y frondosos jardines en los que vemos aparecer cisnes, pavos reales, sátiros, centauros, etc. Hay, por tanto, un religioso culto a la elegancia.
Esta inclinación hacia lo aristocrático no es sino un índice más del escapismo de la literatura modernista, que enlaza con el punto por lo exótico. El escritor descontento tanto del mundo que le ha tocado vivir, mundo falto de belleza, de heroísmo, huye hacia otras épocas, lugares. No habla de la Grecia y Roma Clásicas o del Versalles dieciochesco; aún más, traslada su fantasía a los países del lejano Oriente (Japón, China, etc.).
Otras características importantes de la literatura modernista son la frivolidad existente en muchos de sus escritos y una cierta complacencia en los aspectos sensuales y eróticos de la vida.
Por último, cabe resaltar el espíritu cosmopolita de todos sus componentes. Una de las razones fundamentales de sentirse ciudadanos del universo es la ya apuntada insatisfacción con el mundo en que viven. Otra es la necesidad que tiene América de abrir sus fronteras hacia otros lugares, principalmente hacia Europa, Francia especialmente - no olvidemos que va a ser la primera vez que las letras hispanoamericanas van a influir en nuestra literatura-. De cualquier modo, este cierto desarraigo producirá paradójicamente un efecto contrario; al estudiar lo producido en el exterior, se valorará lo propio; y así a través de ese conocimiento los escritores hispanoamericanos hallarán su originalidad y voz propia, que irá afianzándose hasta desembocar en el famoso boom de los años 60. No obstante todo lo dicho hasta ahora, hay que señalar que a este modernismo, exuberante en la forma y aparentemente hueco, vacío de contenido, sucederá otro más profundo, de carácter propiamente metafísico, en el que se plantean los problemas fundamentales de la existencia humana. El movimiento con el devenir de los años irá abandonando su afrancesamiento para hacerse cada vez más hispanista o americano en cada caso.
Para concluir, citar a los autores fundamentales a uno y otro lado (R. Darío y M. Machado) e indicar que para saber algo más sobre ellos habría que ir al libro de texto. Con esto damos por finalizado este tema. En el próximo nos centraremos en la Generación del 98.
Tema realizado por Carlos Alcaide
El Modernismo surge en el último cuarto del siglo XIX (entre 1875 y 1882), primero en Hispanoamérica y después en España. Es un movimiento de renovación que se manifiesta en todos los aspectos de la vida (política, ciencia, etc.), pero principalmente en las artes (pintura, literatura, etc.).
Aunque según Juan Ramón Jiménez comienza en Alemania, es en Hispanoamérica donde cuenta con mayor número de seguidores, adquiere mayor importancia y desarrollo, iniciando este movimiento José Martí, Julián del Casal (cubanos), Manuel Gutiérrez Nájera (mejicano) y José Asunción Silva (colombiano); pero es el nicaragüense Rubén Darío el que lo consolida definitivamente en Azul, 1888.
Los últimos decenios del periodo decimonónico se venían caracterizando por un conformismo burgués en lo social y por el positivismo filosófico que entonces imperaba. Por otra parte, el Realismo y el Naturalismo, que ya habían dado sus mejores frutos, empezaban a caer en un cierto prosaísmo con el consiguiente anquilosamiento de los valores estrictamente formales y artísticos. Contra ellos, ya habían reaccionado en Francia el Parnasianismo y el Simbolismo. De igual manera, los escritores españoles e hispanoamericanos se rebelan contra el espíritu pragmático y utilitario de la época, sobreponiendo los valores artísticos a los sociales e ideológicos. Va creándose así un ambiente innovador que pretende revisar más que romper, todos los valores aceptados.
Por tanto, como dice Federico Onís, “el Modernismo es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu, que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX, que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por tanto, de un hondo cambio histórico…”
De ahí que el Modernismo sea ante todo, más que un fenómeno propiamente literario, una manifestación del espíritu que implica una determinada actitud vital. Y es en este punto en el que debemos comenzar a hablar del 98, indicando que las fronteras entre ambos movimientos eran tan borrosas que se ha hecho difícil separar lo “modernista” de lo “noventayochista”. La crítica se ha dividido en dos bandos: los que contraponen rotundamente ambos movimientos y los que apenas entrevén diferencias entre ellos. Entre los primeros citar a Pedro Salinas o Guillermo Díaz Plaja, entre los segundos a Rafael Ferreras, Ricardo Gullón, Juan Ramón Jiménez y Federico Onís.
Pedro Salinas, por ejemplo, en “El problema del Modernismo en España o un conflicto entre dos espíritus” establece una serie de diferencias:
1- Los precursores del Modernismo son poetas; los del 98, ideólogos.
2- Los primeros buscan la belleza como último fin, los segundos, la verdad.
3- Aquellos con cosmopolitas, estos son concentrativos, miran exclusivamente a España.
4- El Modernismo es sintético, ya que toma todos los movimientos literarios del XIX; el 98 es analítico, disecciona la realidad española;
5- La literatura modernista es una literatura de los sentidos; la del 98 es una literatura de ideas.
Ferreras en “Los límites del Modernismo y de Generación del 98” opina de muy distinta manera. Encuentra entre ambos movimientos una gran afinidad. Señala la falsedad de la disyuntiva Castilla-París atribuido a los noventayochistas y modernistas respectivamente; por otra parte hace hincapié en la influencia que ejercen los escritores franceses, especialmente los simbolistas, en los del 98; por último, declara cómo estos confiesan la influencia y liderazgo de Rubén Darío.
Por último, José Carlos Mainer en “Modernismo y 98” aboga por un tratamiento unitario para estos movimientos, puesto que ambos se producen bajo la crisis de fin de siglo, que afectó por otra parte a toda Europa y pone en duda los argumentos que Salinas exponía para hablar de una generación del 98.
Todos estos escritores entran pronto en contacto con los hispanoamericanos, principalmente con Rubén Darío. Se produce así una influencia del movimiento “modernista” hispanoamericano que se manifiesta fundamentalmente en el lenguaje, que aun calando de distinta manera, alcanza a todos. En algunos como Antonio Machado o Valle Inclán, con mayor intensidad.
Verdaderamente es difícil trazar una divisoria entre ambos movimientos. Hay muchos puntos en común; se da el caso extremo de un escritor que entra en ambos (Valle Inclán). Sea como fuere creemos que los escritores de la llamada Generación del 98, aunque integrándolos dentro del Modernismo, tienen en gran parte de su producción unas características muy concretas que los diferencian más que los separan de Rubén Darío y de otros seguidores que coinciden plenamente con las directrices modernistas.
La característica fundamental que define el Modernismo es la preocupación por los valores formales. El artista modernista se esmera al buscar nuevos caminos de expresión que conduzcan al logro de la belleza. Por esta razón, se da una especial importancia al valor de la palabra, tanto en su significante como en el significado. Se ahonda en la capacidad sugeridora de la palabra, en sus valores melódicos y rítmicos, en su exotismo. El léxico modernista se puebla de arcaísmos, cultismos, neologismos, extranjerismos. Pero aún hay más, el escritor en su afán de expresar su nueva sensibilidad, asocia frecuentemente palabras que se refieren a sensaciones distintas, creando así todo un mundo de sinestesias. Se produce, por tanto, un gran refinamiento verbal.
De igual manera, los poetas modernistas procuran las mayores innovaciones métricas. Experimentan nuevos ritmos, metros con gran libertad acentual. Ensayan combinaciones de versos hasta entonces poco usuales, creando nuevas estrofas.
El refinamiento y la exquisitez también se dan en temas, motivos, ambientes y personajes. Dotados de una vasta cultura y erudición nos describen cuadros, esculturas o templos famosos. Cantan a los héroes clásicos o a las grandes figuras literarias del Renacimiento. Nos hablan de palacios de mármol donde habitan regios personajes rodeados del mejor lujo (oro, piedras preciosas, sedas, etc.); nos describen bellas y frondosos jardines en los que vemos aparecer cisnes, pavos reales, sátiros, centauros, etc. Hay, por tanto, un religioso culto a la elegancia.
Esta inclinación hacia lo aristocrático no es sino un índice más del escapismo de la literatura modernista, que enlaza con el punto por lo exótico. El escritor descontento tanto del mundo que le ha tocado vivir, mundo falto de belleza, de heroísmo, huye hacia otras épocas, lugares. No habla de la Grecia y Roma Clásicas o del Versalles dieciochesco; aún más, traslada su fantasía a los países del lejano Oriente (Japón, China, etc.).
Otras características importantes de la literatura modernista son la frivolidad existente en muchos de sus escritos y una cierta complacencia en los aspectos sensuales y eróticos de la vida.
Por último, cabe resaltar el espíritu cosmopolita de todos sus componentes. Una de las razones fundamentales de sentirse ciudadanos del universo es la ya apuntada insatisfacción con el mundo en que viven. Otra es la necesidad que tiene América de abrir sus fronteras hacia otros lugares, principalmente hacia Europa, Francia especialmente - no olvidemos que va a ser la primera vez que las letras hispanoamericanas van a influir en nuestra literatura-. De cualquier modo, este cierto desarraigo producirá paradójicamente un efecto contrario; al estudiar lo producido en el exterior, se valorará lo propio; y así a través de ese conocimiento los escritores hispanoamericanos hallarán su originalidad y voz propia, que irá afianzándose hasta desembocar en el famoso boom de los años 60. No obstante todo lo dicho hasta ahora, hay que señalar que a este modernismo, exuberante en la forma y aparentemente hueco, vacío de contenido, sucederá otro más profundo, de carácter propiamente metafísico, en el que se plantean los problemas fundamentales de la existencia humana. El movimiento con el devenir de los años irá abandonando su afrancesamiento para hacerse cada vez más hispanista o americano en cada caso.
Para concluir, citar a los autores fundamentales a uno y otro lado (R. Darío y M. Machado) e indicar que para saber algo más sobre ellos habría que ir al libro de texto. Con esto damos por finalizado este tema. En el próximo nos centraremos en la Generación del 98.
Tema realizado por Carlos Alcaide
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