A finales del siglo XIX se produce en España un desgaste general que va minando todos sus cimientos. El lamentable estado en que se encontraban las instituciones políticas, el caos social y la pobreza cultural habían originado un profundo descontento principalmente entre los intelectuales. Ante esta situación agravada por el desastre militar de 1898, por el que perdíamos nuestras últimas colonias de ultramar, despierta una conciencia de la necesidad de regeneración. Había un objetivo único y fundamental: cambiar la vida española buscando las causas principales de la dolorosa realidad.
En este estado de cosas iba a arraigar en un nutrido grupo de escritores (Azorín, Unamuno, Maeztu, A. Machado, etc.) originando un movimiento ideológico y estético que hoy conocemos como Generación del 98.
Es Azorín quien populariza el nombre “Generación del 98” en unos artículos recogidos en “Clásicos y Modernos”, en 1913, en los que enumera a los escritores que se engloban bajo esta denominación y los aspectos que constituyen puntos comunes entre sus miembros.
Baroja, en cambio, niega la existencia de le generación.
Según Petersen para que exista una generación literaria es necesario:
• homogeneidad de educación;
• relaciones personales entre sus miembros (convivencia, cartas, participación en tertulias, actos comunes, etc.);
• acontecimiento o experiencia generacional;
• existencia de un jefe (puede ser alguien ajeno a la generación, pero que sirva de guía, de maestro);
• anquilosamiento o falta de vigencia de la generación anterior.
Salinas afirma que estas condiciones se cumplen en los miembros del 98, entre los que se incluye a Benavente, Valle Inclán, Azorín, Baroja, A. Machado, Maeztu y Unamuno.
Sin entrar por el momento en la realidad de esta afirmación, sí que es cierto que entre estos escritores de estilo y trayectoria diferente, se dan una serie de puntos en común.
Hechas las precisiones anteriores pasemos a continuación al desarrollo del tema.
Antes de analizar los rasgos característicos de la Generación del 98, conviene distinguirla del grupo de los llamados “regeneracionistas”, como Costa, Picavea, etc. El desastre del 98 agudiza en unos y otros la repulsa hacia el estado de cosas que lo ha hecho posible y el anhelo de cambio rotundo en la vida española. Pero así como estos últimos se limitan a apuntar remedios de tipo social, jurídico y económico, aquella representa un amplio movimiento ideológico y estético que habrá de alcanzar hondas resonancias en la cultura nacional.
La actitud espiritual de los escritores del 98 contrasta vivamente con la de la época de la Restauración y ofrece notables coincidencias con la que adopta Europa hacia esos años; idealismo frente al materialismo positivista; exaltación frente a su concepto burgués del arte y de las cosas. Pasada la época de la obsesión por la ciencia y por las realidades concretas, se creó una inquietud por el misterio y se soñó con altos ideales de tipo religioso, moral , patriótico …
Todos contemplan la vida con gravedad y ven en la frivolidad el peor defecto de los años de la Restauración. Les “duele” la triste realidad española y, como nuevos románticos, reaccionan con amargo pesimismo ante el lamentable espectáculo que la patria les ofrece. Sin embargo, no se dejan dominar por la melancolía: miran confiadamente el futuro y se esfuerzan en crear con sus libros un nuevo espíritu y una España mejor.
Idealismo, gravedad y, al mismo tiempo, un agudo espíritu individualista que les hace adoptar una postura lírica y subjetiva ante las cosas. Prescinden del ambiente y de las ideas tradicionales y forjan un estilo, un ideal de vida y una imagen de España puramente personal. De ahí el choque con la sociedad de la época y la crítica acerba de la realidad circundante.
Las dos preocupaciones máximas de la Generación del 98 serán el alma de España y el sentido de la vida. Todos muestran un entrañable amor a España, pero, por lo menos al principio, nadie acepta su tradición, lo que les lleva a buscar una imagen de España distinta de la consagrada por los tópicos. Tres son los caminos que escogen para llegar a la verdadera esencia de España: el paisaje, la historia y la literatura. Antes de pasar adelante, conviene añadir que si bien todos sienten una íntima vinculación a su terruño respectivo (el País Vasco, Alicante, Andalucía …); ven también en Castilla el núcleo de la nación española, su más alta expresión. Así se observa en su emocionada adhesión al paisaje castellano, proyección del espíritu del autor sobre la realidad (visión subjetiva) porque de lo que se trata es de captar el alma del paisaje castellano y a través de él el alma de Castilla (visión idealista).
Reflejo del alma española es, además,la historia, pero no la de las grandes gestas, sino la historia íntima, la “intrahistoria”, como dice Unamuno en la que se manifiesta la verdadera esencia del pueblo español. A la auténtica España habrá que buscarla en la Edad Media, época en la que aún sus genuinas tendencias no se habían desviado, como ocurre a partir del XVII, según estos.
La literatura tampoco es aceptada en su totalidad; y la atención se dirige preferentemente hacia los primitivos medievales (Berceo, Hita, Manrique), hacia clásicos olvidados (Góngora, Gracián) o hacia los que, como Larra sintieron hondamente a España. Con el tiempo se acaba valorando toda la tradición literaria, si bien desde un punto de vista distinto al habitual: se atenderá sobre todo al detalle significativo que permite descubrir el contenido humano, español, eterno de la obra, prescindiendo de tópicos. Y lo mismo en el arte; la admiración por el Greco es un buen ejemplo.
El estudio del paisaje, de la literatura y de la historia española, proporcionará, pues, un nuevo concepto del alma y de la vida de España. Pero esto no es sino un punto de partida, pues lo que en el fondo les interesa es llegar a una fórmula que les dé el sentido de la vida en sus términos más amplios y universales. La nueva generación vuelve a plantearse la existencia como un problema.
Desde un punto de vista religioso, ético o estético, todos sienten la necesidad de resolver cuestiones que rebasan el área de la realidad cotidiana y tangible. “Habrá que intervenir”, dice Azorín, refiriéndose a la actitud de su generación frente a un estado de cosas que consideraba inadmisible. En principio era un grito de rebeldía y protesta contra lo que representaba la tradición española, pero pronto vino un cambio de ritmo. El conocimiento de España les llevó a valorar lo que en un principio desdeñaron. España tendrá que vigorizar su economía y conocer la cultura europea, pero sólo se salvará a base de poner en tensión sus valores. A lo que en último término aspiran, en realidad, es a la solución del problema español, es a “imponer un sentido de la vida” (Azorín) y de su valor.
En cuanto al estilo y la técnica se clama contra el párrafo declamatorio de los regeneracionistas, se proclama la necesidad de la vuelta a la sencillez, a la sinceridad, a la frase viva y expresiva.
Consecuencia del fuerte subjetivismo de estos escritores es el hecho de que cada uno de ellos presente un estilo personal claramente diferenciado del de los demás.
Pero hay que decir que todo esto forma parte de un fenómeno más amplio: de la actitud estética que adoptan ante la vida y los problemas que plantea.
No estará de más repetir que en cuanto a la técnica literaria, lo general fue la tendencia a alejarse de los procedimientos típicos del Realismo del siglo XIX (observación minuciosa de la realidad externa, reflejo objetivo e impersonal de lo observado …) para cargar el acento en la expresión de las resonancias intelectuales o emotivas que las cosas provocan en la intimidad del autor.
Concluir con que también procuran conocer la cultura europea. Por eso ahora son tan notables las influencias extranjeras. Por lo menos, en principio, pesó bastante la literatura que impregnaba a fin de siglo el ambiente europeo: Ibsen, Schopenhauer, Nietzsche, los rusos, etc.
Podrían darse además: Kierkegaard (para Unamuno), Montaigne, Flaubert (para Azorín), Dickens, Nietzsche (para Baroja) …
Al mismo tiempo que los extranjeros influyeron los españoles. Ya aludimos a los primitivos medievales. Añadir el fervor con que se interpreta el Quijote (Unamuno, Azorín, Maeztu).
Tema realizado por Carlos Alcaide
jueves, 23 de diciembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario